Las historias están todas ahí,
esperando que alguien tire de la punta del
ovillo.
Quizá no sea más que cierta habilidad, adquirida con el tiempo
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Acerco mi mano al pecho y repaso sus bordes filosos: ahí, justo al ladito del corazón, palpo la herida que, siendo niña, aquel abuso me dejó.
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Me ubiqué, con mi taza de café, en la mesa de examen.
Recorrí la nómina de alumnos, y quedé paralizada.
Un varón, aquella edad. Años que me transportaban a la peor época de mi vida.
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Algo de luz se asoma a través del vidrio empañado. Serán las seis y media, las siete de la mañana. Pasos, ruido de cacharros, olor a café o a pan quemado. Un olor familiar y a la vez distinto. Así se siente la vida cuando una ya no sabe qué le va a pasar
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—¡Dame toda la guita! Andá metiendo acá.
Me sudaban las manos, me temblaba todo el cuerpo. El corazón parecía a punto de escaparse de mi pecho.
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Me paro frente a la biblioteca, con dos paños y el lustramuebles en aerosol. Me lleva un buen rato sacar todos los ejemplares y apilarlos en la mesa, en las sillas y en el aparador, sin mezclar demasiado.
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Miro mis manos, que chorrean sangre y todavía tiemblan. En un rato, las sirenas y los periodistas y el show. Luego el peso de la ley, de eso que llaman justicia, cayéndome encima.
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Vera mira el suero, que cae gota a gota, y de nuevo lo mira a él. Le toca el pómulo amoratado y acompaña con el dedo el corte que continúa la línea de su boca reseca.
No entiendo, piensa. Y acaso quién podría entender, si esta mañana habían quedado en que a la noche pedirían sushi y arrancarían una serie nueva
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Mientras revuelvo el tuco, te miro. Siento que podría pasar horas así, hay magia en el acto de mirarte
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No importa dónde,
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Abrió la puerta de casa, apoyó el maletín y se quitó la bufanda. Colgó en el perchero la paciencia
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En el espejo, sus ojos vencidos le indicaron que era hora. Los años y los tropiezos —o los tropiezos a través de los años— le dijeron por qué no
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Nunca estuve tan enamorada. Me gustó de pies a cabeza desde el minuto cero. Y después, cada vez más. El tiempo que duró lo nuestro, la creatividad me desbordó y pinté mis mejores cuadros. Me reía sin pudor, cantaba a los gritos, salía a cenar con amigas. La vida fluía a un ritmo intrépido, desconocido.
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No es una flor, no. No es una flor lo que llevo en el pecho: es una ausencia, es la marca de lo que me ha sido quitado.
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Cinco y diez de la tarde. Noemí pasea los ojos por el living, que huele a cera de pisos y a lavanda. Qué acierto el aromatizador automático, piensa, valió la pena el gasto. Los gustos hay que dárselos en vida. Y a ella le gusta estar cerquita del
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Tus ojos, transparentes,
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La chica miró a los dos lados de la calle, y se metieron a toda prisa.
Primera vez, pensó el empleado, que los veía desde la pantalla.
—Un-una habitación —pidió en voz baja el muchachito, en cuanto se acercó a la ventanilla.
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Mamá nunca me habló de papá.
Sobre ese hombre, ni una palabra. Porque ni una palabra, aunque fuera una maldición o un insulto, se merecía.
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Me amabas, papá. Me amabas. Y mucho.
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No creas que sonrío porque la vida me resulta fácil.
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Las revistas de chimentos, los programas políticos, las pastas en
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¿Vos, al mostrarte?
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“Sí, quiero”, te dije frente al cura,
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Era igual a Fernandito. Los mismos ojos, el mismo pelo rubio y revuelto, la misma sonrisa. Esa carita imposible de describir, pura sorpresa y emoción,
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Con un brusco empujón el guardia le impidió la entrada. “Será que no todo crimen es un crimen”
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No sé cuidar a las plantas. Se me deshojan, se me arruinan, se me van muriendo de a poco. No sé.
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Me quedo mirándola, incapaz de quitarle los ojos de encima.
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—Me cansaste —dijo la vieja—. No quiero saber más nada con vos. Tantos años de serte fiel, de no faltarte, de no fallarte…
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Ella no le había dado la menor chance. Y él, los labios sellados
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El sol, colándose entre el canto de los zorzales, viene a enseñarme que
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Celina apaga el televisor y la lámpara del living. Arrastra sus chinelas por el oscuro pasillo y se recluye en su cuarto. Cierra con dos vueltas de llave.
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La vi. La vi entrar en un hotel con un hombre. Iban abrazados y se reían. No se reían de mí, aunque a mí me lo parecía.
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Nos puso unos chiches en el suelo
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Qué hice, por Dios, susurra Marga. Qué mierda hice, grita. Aprieta los dientes y cierra los ojos.
Apenas un rato atrás
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Ni una sola vez más: me lo prometí.
Ni una sola vez más su aliento a alcohol sobre mi cuello, su puño golpeando la mesa, a punto de estallarme en la cara.
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No es una noticia más: te disparó. No le importó que tu vida era tuya ni el bebé que crecía en tu panza.
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Sola, esta decisión la tomo sola. Es únicamente mía. Y cuánta carga, y cuánto miedo, Dios.
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No creas en últimos trenes: si no te subís a este, habrá otro más.
No creas en las últimas veces, en el final de las oportunidades.
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Hoy, hace cuarenta y siete años, nací por primera vez.
Porque a lo largo de este tiempo, como casi todos, me reseteé, me reintenté, me reinventé.
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Se supone que tengo que protestar, que tengo que resoplar y poner los ojos en blanco
cuando me preguntan por tu edad.
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Hace tanto que lo dejé de usar, que seguro que ya ni me entra: sumar años y kilos también tiene su lado positivo.
El traje de supermamá está colgado en la última percha de mi placar.
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No hace muchos años que lo sé, pero lo sé como se saben esas pocas cosas fundamentales, inamovibles, verdaderas. Escribir me hace feliz. Más que todo, más que nada.
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Ayer me puse a ordenar el vestidor y a hacer lo que me enseñaste: separé la ropa y el calzado que ya no uso, para donar. Mientras sacaba perchas y pilas de suéteres y remeras, limpiaba los estantes y pensaba: ¿Estoy haciendo bien?
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De pronto el doctor, al otro lado de la línea, me dijo que sí, que embarazadísima.
Entonces (en un acto de magia que tiene la insólita cualidad de extenderse en el tiempo)
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Te veo doblar la esquina hacia nosotras. Carito y yo te esperamos sobre Ayacucho, a mitad de cuadra, en la puerta del edificio donde
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La vida sigue, es cierto. Es increíblemente cierto.
Voy y vengo, hago y deshago, me esfuerzo.
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No reniego de las arrugas, de las estrías, de las marcas en mi piel.
Tampoco de los recuerdos dolorosos, de las caídas, de los errores que cometí.
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Yo creía que amar a los hijos era desearlos más que a nada en el mundo desde mucho
antes de que llegaran.
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Me veo acariciándome la panza mientras ensayo tus probables nombres. ¿Varón o nena? No aguanto la incertidumbre hasta la próxima ecografía.
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Solemos preguntarnos qué misterio insondable esconde el amor. Y a lo
mejor no es para tanto, solo que se nos hace difícil aprehender lo que está a
flor de piel, lo que no es complicado.
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Mi amor es un juego de sombras chinas. Versátil, inquieto, creativo.
Siempre anda buscando dónde y cómo alcanzarte.
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En la mitad de mi vida he aprendido muchas cosas.
Aprendí que no sirven los esfuerzos si no hay pasión.
Que no debo sentir culpa por elegir a quienes dedicar mi tiempo.
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Son las seis de la mañana. Y aún no amanece. Lo mismo en mí.
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Hoy cumplo cuarenta y seis.
Miro el reloj: las cinco de la mañana.
Desde anoche llueve sin parar, y a mí la lluvia me encanta.
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Amanecí con la idea de hacer un inventario detallado de tu ausencia, de eso que me falta y que tanto extraño desde que te fuiste, un tiempito antes de que
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A esta altura del mes, ya estarías llamándome para consultar talles y colores preferidos. Ya estarías viendo cómo repartir tu magro aguinaldo en regalos para todos. Ya estarías contándome que las empleadas del negocio te ningunearon porque
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Él arrojó su moneda al aire.
Diecinueve años, seis meses y diez días fue lo que tardó en caer.
A primera vista, estas minihistorias son simples, y aclaro que el prefijo mini aplica solo a la extensión del texto, no a lo que se cuenta. Paola Vicenzi conoce y maneja muy bien la técnica del microrrelato, sabe dónde comenzar, sabe ser concisa, sabe dar el golpe final; por eso, si el lector les concede a estas historias unos minutos para que decanten, o una segunda lectura, notará la densidad de cada una.
Un recorrido desde la infertilidad hasta la crianza múltiple, regado por las maravillas cotidianas.
Buenos Aires, otoño de 2020. Los habitantes de un edificio porteño de clase acomodada juegan sus vínculos en medio de la pandemia. Como sucede frente a toda situación límite, afloran en ellos grandezas y mezquindades.
La novela acompaña el recorrido de dos matrimonios a través del camino de la infertilidad.
Magui tiene la vida con la que siempre soñó. Sin embargo, acorralada por las exigencias de la rutina, comienza a desmoronarse. Su matrimonio, su trabajo y su salud se vienen abajo. En ese contexto, una situación extrema la pondrá en jaque.