Lo importante es saber cómo manejarse ante la duda.
Ni los semáforos en rojo ni los verdes:
qué hacemos frente a los amarillos es
lo que nos define.
Algo de luz se asoma a través del vidrio empañado. Serán las seis y media, las siete de la mañana. Pasos, ruido de cacharros, olor a café o a pan quemado. Un olor familiar y a la vez distinto. Así se siente la vida cuando una ya no sabe qué le va a pasar
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Qué hice, por Dios, susurra Marga. Qué mierda hice, grita. Aprieta los dientes y cierra los ojos.
Apenas un rato atrás
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Él la mira desde su trinchera, por encima de la pila de cajas que va llenando. Ella, mete y mete en la valija que ha abierto encima de la cama
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No sé cuidar a las plantas. Se me deshojan, se me arruinan, se me van muriendo de a poco. No sé.
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Noviembre, atardecer perfumado y apenas fresco. Los violines tocan una melodía ágil que no alcanzo a reconocer. Algunos invitados murmuran, y todos giramos la cabeza
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Gastón subió los tres pisos a pie, la urgencia le había impedido esperar uno de los cuatro ascensores ubicados al final del hall de entrada. Hacía un rato su padre lo había llamado:
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Cinco y diez de la tarde. Noemí pasea los ojos por el living, que huele a cera de pisos y a lavanda. Qué acierto el aromatizador automático, piensa, valió la pena el gasto. Los gustos hay que dárselos en vida. Y a ella le gusta estar cerquita del
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Fanny abre con desmesura los ojos, y el corazón se le escapa del pecho. No puede ser.
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No sé ser vieja. No sé ser cornuda. No sé. Qué querés que te diga, en el fondo creo que ese es el problema, muchacho. El único problema es no saber estar en el lugar que en un momento te toca
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Hace nueve cortados y un capuchino sin canela que la estudio, que me pregunto qué le viste.
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Yo todavía no sabía que me había cambiado la vida.
Porque la vida cambia en un segundo, te juro, cuando uno toma una decisión que parece mínima, y sus efectos se van desplegando tímidamente, de a poco.
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Querida Paulita:
Ya te veo, ya te veo arrugando la nariz, nunca te gustó que te dijera así. Pero qué querés, siempre vas a ser mi Paulita, aunque hace rato las dos le hayamos visto las costuras a la vida
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Si tengo que hablarles de ella, me quedo sin palabras. Porque ahí donde se siente mucho, las palabras nunca alcanzan
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Vera mira el suero, que cae gota a gota, y de nuevo lo mira a él. Le toca el pómulo amoratado y acompaña con el dedo el corte que continúa la línea de su boca reseca.
No entiendo, piensa. Y acaso quién podría entender, si esta mañana habían quedado en que a la noche pedirían sushi y arrancarían una serie nueva
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3300 gramos, 52 centímetros.
-5 dioptrías para empezar a ver la vida.
1 chalecito en Floresta: papás, abuela y comidas ricas.
6 años y adiós amígdalas, kilos de helado
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Y alzó su copa frente al espejo. Hoy le tocaba brindar por sí misma
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—Me cansaste —dijo la vieja—. No quiero saber más nada con vos. Tantos años de serte fiel, de no faltarte, de no fallarte…
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—¡Dame toda la guita! Andá metiendo acá.
Me sudaban las manos, me temblaba todo el cuerpo. El corazón parecía a punto de escaparse de mi pecho.
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El hombre que riega las plantas de mi jardín me dice princesa. Princesa a mí, que hace rato peino canas. El hombre sonríe y me unta
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Era igual a Fernandito. Los mismos ojos, el mismo pelo rubio y revuelto, la misma sonrisa. Esa carita imposible de describir, pura sorpresa y emoción,
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Me ubiqué, con mi taza de café, en la mesa de examen.
Recorrí la nómina de alumnos, y quedé paralizada.
Un varón, aquella edad. Años que me transportaban a la peor época de mi vida.
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La vi. La vi entrar en un hotel con un hombre. Iban abrazados y se reían. No se reían de mí, aunque a mí me lo parecía.
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Celina apaga el televisor y la lámpara del living. Arrastra sus chinelas por el oscuro pasillo y se recluye en su cuarto. Cierra con dos vueltas de llave.
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Me amabas, papá. Me amabas. Y mucho.
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Miro mis manos, que chorrean sangre y todavía tiemblan. En un rato, las sirenas y los periodistas y el show. Luego el peso de la ley, de eso que llaman justicia, cayéndome encima.
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Acerco mi mano al pecho y repaso sus bordes filosos: ahí, justo al ladito del corazón, palpo la herida que, siendo niña, aquel abuso me dejó.
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Mamá nunca me habló de papá.
Sobre ese hombre, ni una palabra. Porque ni una palabra, aunque fuera una maldición o un insulto, se merecía.
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Ni una sola vez más: me lo prometí.
Ni una sola vez más su aliento a alcohol sobre mi cuello, su puño golpeando la mesa, a punto de estallarme en la cara.
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La chica miró a los dos lados de la calle, y se metieron a toda prisa.
Primera vez, pensó el empleado, que los veía desde la pantalla.
—Un-una habitación —pidió en voz baja el muchachito, en cuanto se acercó a la ventanilla.
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Otra vez. Lo presiento. Abro los ojos y miro el reloj: 3:55. ¿Será posible? ¿Acaso nunca va a dejarme en paz?
Finjo estar dormida, pero es tarde: el miedo me sacude el hombro y
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Con un brusco empujón el guardia le impidió la entrada. “Será que no todo crimen es un crimen”
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El día en que decidí abrir las ventanas para que entrara el aire y la luz, entendí el vacío y entendí el silencio
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No es una noticia más: te disparó. No le importó que tu vida era tuya ni el bebé que crecía en tu panza.
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Nunca estuve tan enamorada. Me gustó de pies a cabeza desde el minuto cero. Y después, cada vez más. El tiempo que duró lo nuestro, la creatividad me desbordó y pinté mis mejores cuadros. Me reía sin pudor, cantaba a los gritos, salía a cenar con amigas. La vida fluía a un ritmo intrépido, desconocido.
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Te veo doblar la esquina hacia nosotras. Carito y yo te esperamos sobre Ayacucho, a mitad de cuadra, en la puerta del edificio donde
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Son las seis de la mañana. Y aún no amanece. Lo mismo en mí.
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Apenas pasan las seis de la mañana. Es pleno otoño. Por la ventana, solo oscuridad y frío. Faltan pocos días para mi cumpleaños, un cumpleaños raro
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Tantas veces te tocó a vos contarme a mí sobre un mundo que no llegué a conocer, que me parece mentira estar hoy haciendo lo mismo, pero a la inversa.
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Quizá no tenga el menor sentido que justamente hoy, en el Día del Padre, te escriba a vos, mamá. O quizá tiene muchísimo sentido.
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No nos gustaba el vino blanco. Pero nos sabíamos de memoria las respuestas del cuestionario y llenamos tantos volantes, que al final nos ganamos dos cajas de Cosecha Tardía.
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Amanecí con la idea de hacer un inventario detallado de tu ausencia, de eso que me falta y que tanto extraño desde que te fuiste, un tiempito antes de que
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Los primeros jazmines de la planta son siempre para vos, mamá. Y ahora mismo me quedo mirándolos a un costado de tu retrato.
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Son los padres en los que no pienso jamás.
El padre que aferraba el volante y de tanto en tanto giraba y le sonreía a mamá, mientras con mi hermano cantábamos y peleábamos en el asiento trasero
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Miro las luces del árbol, del árbol que compré el año pasado. Te habías puesto muy contenta, nos gustaban las fiestas. Quizá, porque no siempre pudimos celebrarlas.
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Hoy puedo nombrar lo innombrable, mamá. Hoy por fin puedo.
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Ojalá, mamá, el último recuerdo que te hayas llevado de mí no sea el de aquel mediodía en que te dejé en tu casa y te dije
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La osadía de tus ojos se escapa del retrato ubicado frente a mí, en un rincón del living. Y mientras, me pongo a escribir, que es casi siempre una manera de recordar.
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A esta altura del mes, ya estarías llamándome para consultar talles y colores preferidos. Ya estarías viendo cómo repartir tu magro aguinaldo en regalos para todos. Ya estarías contándome que las empleadas del negocio te ningunearon porque
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La vida sigue, es cierto. Es increíblemente cierto.
Voy y vengo, hago y deshago, me esfuerzo.
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Es una foto, una foto nada más. Pero una de las pocas que tenemos los cuatro juntos
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Cuando uno escribe saca cosas de un lugar adonde no hay palabras y procura traducirlas a palabras
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Ayer me puse a ordenar el vestidor y a hacer lo que me enseñaste: separé la ropa y el calzado que ya no uso, para donar. Mientras sacaba perchas y pilas de suéteres y remeras, limpiaba los estantes y pensaba: ¿Estoy haciendo bien?
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Me veo acariciándome la panza mientras ensayo tus probables nombres. ¿Varón o nena? No aguanto la incertidumbre hasta la próxima ecografía.
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No creas en últimos trenes: si no te subís a este, habrá otro más.
No creas en las últimas veces, en el final de las oportunidades.
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Se supone que tengo que protestar, que tengo que resoplar y poner los ojos en blanco
cuando me preguntan por tu edad.
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Mi amor es un juego de sombras chinas. Versátil, inquieto, creativo.
Siempre anda buscando dónde y cómo alcanzarte.
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Hace tanto que lo dejé de usar, que seguro que ya ni me entra: sumar años y kilos también tiene su lado positivo.
El traje de supermamá está colgado en la última percha de mi placar.
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De pronto el doctor, al otro lado de la línea, me dijo que sí, que embarazadísima.
Entonces (en un acto de magia que tiene la insólita cualidad de extenderse en el tiempo)
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Yo creía que amar a los hijos era desearlos más que a nada en el mundo desde mucho
antes de que llegaran.
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No sé si será cierto que volvemos en otros. Tampoco sé si necesariamente esos otros serán personas. Quizá sean plantas, duraznos o comadrejas
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Solemos preguntarnos qué misterio insondable esconde el amor. Y a lo
mejor no es para tanto, solo que se nos hace difícil aprehender lo que está a
flor de piel, lo que no es complicado.
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Los años me enseñaron a ser selectiva en el uso del mayor de mis bienes: el tiempo
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Tenía turno a las 9:15. Llegué sobre la hora, me presenté en la recepción. Bajé al subsuelo y me senté en una de las muchas sillas metálicas vacías. Sabía que iba a tener que esperar
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Llegan los cincuenta sin cuentas pendientes, después de tanto sumar y restar. Quizá porque al fin comprendo que todo eso que viví, que todas las que fui, incluso las que menos me gustaron, me hicieron la que soy
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Los primeros tiempos de mi terapia, al entrar en el consultorio la psicóloga me preguntaba “cómo estás” y yo le respondía “bien, acá estamos”
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No reniego de las arrugas, de las estrías, de las marcas en mi piel.
Tampoco de los recuerdos dolorosos, de las caídas, de los errores que cometí.
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Hace cuarenta y nueve años llegué al mundo en el baño de un departamento alquilado, el departamento donde una madre soltera vivía con su hijito de dos años
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Hoy cumplo cuarenta y seis.
Miro el reloj: las cinco de la mañana.
Desde anoche llueve sin parar, y a mí la lluvia me encanta.
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Hoy, hace cuarenta y siete años, nací por primera vez.
Porque a lo largo de este tiempo, como casi todos, me reseteé, me reintenté, me reinventé.
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Pertenecí al estúpido club de las que nunca se relajan, de las que nunca paran, de las que siguen y siguen hasta que no dan más.
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“Vamos, chicas, que con este ejercicio les va a quedar el culo en la nuca”, nos dice la profe
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Ya no es mágico el mundo. Te han dejado.
Lo escribió Borges en 1964, y no creo que haya una manera de decirlo mejor, con más justeza
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Más allá del esplendor de sus alas, de la magia de su vuelo, el perfil de una mariposa nos
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En la mitad de mi vida he aprendido muchas cosas.
Aprendí que no sirven los esfuerzos si no hay pasión.
Que no debo sentir culpa por elegir a quienes dedicar mi tiempo.
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Acostada en la camilla, antes de que el aparato empezara a “escanearme” a la altura de la cadera para medir la densidad de mis huesos, pensé en mí misma veintitantos años atrás
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La coma es el signo de puntuación de uso más arbitrario. Y no solo en los textos, también en la vida
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Perdida entre el murmullo de las voces que me habitan, hubo muchos días en que me costó escucharme. Son voces que confrontan, que discuten, que no saben ponerse de acuerdo
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Me gusta buscar en la gente a los niños que fueron.
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No soy la misma. Antes odiaba las poleras, comía lo que se me antojaba sin aumentar un gramo y no sabía lo que era un dolor de huesos. Hoy subir un par de pisos por escalera me agota y reír mucho me provoca asma
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Noviembre, noche apenas fresca después de un día de mucho calor. Caminata breve antes de la cena. Vecinos que aprovechan a abrir sus ventanas. Y de pronto me asalta el inconfundible olor a espiral.
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A veces me cuesta el ocio. Corrijo: casi siempre me cuesta.
Será porque amo mi tarea diaria, la amo de ese modo singular en que se ama lo que de verdad se ama.
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No sé qué es el amor. ¿Acaso alguien lo sabe? ¿Alguien se anima a escribir en imprenta esas cinco letras y, tras los dos puntos obligados, sentenciar una definición?
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Muchas veces cuando se pierde, se pierde. Se pierde y no hay tutía, no hay truco ni doble fondo
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En estos días releí Bartleby, el escribiente, inolvidable cuento de Melville. “Preferiría no hacerlo” es el leitmotiv del protagonista, quien, con su mansa rebeldía, nos interpela.
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Crecí rodeada de cajas, porque crecí mudándome. De un departamento a otro, y de tanto en tanto a la casa de la abuela, cuando alquilar se volvía demasiado caro
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Solo por hoy dicen los adictos en recuperación. Y a muchos les parece una frase ajena. Como si no fuésemos todos adictos a algo; como si no estuviésemos todos un poco rotos
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La primera vez que lo escuché (antes de que lo mencionaran mis hijos) fue de una psicóloga, en el ámbito de una terapia de pareja. “Se nota que sos intensa”, me dijo
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No me cierra que después de esto vayamos a parar a ningún lugar, que todo lo que somos y lo que sentimos y lo que vivimos tenga por destino final la nada
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Sí, me lo voy a perder. No pienso cambiar mi proveedor de Internet ni comprarme un nuevo celular, el que tengo funciona bien. No quiero bajar tres kilos en una semana y sin esfuerzos
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Pienso en Rulfo, contándonos el destino que a Tacha le espera porque el río se ha llevado a su vaquita. En Rulfo, que pinta con belleza el horror
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Hay días en los que no me entiendo, no entiendo mis motivos, o los entiendo mucho después.
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Cuando escribo no pienso en beneficios ni en premios ni en ventas potenciales. Tampoco pienso en un lector preciso.
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Quizá no sea más que cierta habilidad, adquirida con el tiempo
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Me senté frente a la pantalla con una idea bastante certera acerca del borrador que quería escribir
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Hay días en que nos envalentonamos y de veras nos sentimos capaces de torcer su voluntad, de obligarlas a decir más, de despojarlas del corsé de su significado
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No hace muchos años que lo sé, pero lo sé como se saben esas pocas cosas fundamentales, inamovibles, verdaderas. Escribir me hace feliz. Más que todo, más que nada.
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Si no me rompiera tantas veces,
Si no hubiese amasado con mis manos la tristeza,
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Creo que todos los que nos sentamos frente a un teclado cuanto la vida nos lo permite, nos chocamos alguna vez con esta pregunta
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Abrirnos al mundo.
A sus dóndes, a sus cómos y a
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A primera vista, estas minihistorias son simples, y aclaro que el prefijo mini aplica solo a la extensión del texto, no a lo que se cuenta. Paola Vicenzi conoce y maneja muy bien la técnica del microrrelato, sabe dónde comenzar, sabe ser concisa, sabe dar el golpe final; por eso, si el lector les concede a estas historias unos minutos para que decanten, o una segunda lectura, notará la densidad de cada una.
Él arrojó su moneda al aire.
Diecinueve años, seis meses y diez días fue lo que tardó en caer.
Un recorrido desde la infertilidad hasta la crianza múltiple, regado por las maravillas cotidianas.
Sonia es una mujer viuda. Tiene una hija de diecinueve años a la que considera buena y obediente. Ambas llevan una vida tranquila, hasta que un día Martina, la hija, sufre un brote psicótico que las condena a ambas a un aislamiento completo en la casa.
La novela acompaña el recorrido de dos matrimonios a través del camino de la infertilidad.
Magui tiene la vida con la que siempre soñó. Sin embargo, acorralada por las exigencias de la rutina, comienza a desmoronarse. Su matrimonio, su trabajo y su salud se vienen abajo. En ese contexto, una situación extrema la pondrá en jaque.
Buenos Aires, otoño de 2020. Los habitantes de un edificio porteño de clase acomodada juegan sus vínculos en medio de la pandemia. Como sucede frente a toda situación límite, afloran en ellos grandezas y mezquindades.